El itinerario que
seguimos todos los seres espirituales en el múltiple tránsito por el universo,
nos permite recordar que aquellos momentos en que devolvíamos nuestros cuerpos
a la naturaleza no significaron lo que nosotros considerábamos la muerte.
Hoy podemos asegurar que la muerte no
existe en el universo, porque nada está muerto en él.
Así como una persona considerada adulto
mayor no es la misma que la que nació del vientre de su madre,
del mismo modo, todas las formas físicas cumplen un proceso evolutivo después
del cual cambian la forma de manifestarse como consecuencia de la eterna y
continuada transformación en la que todos estamos involucrados. “Lo
único permanente en el universo es el cambio”.
Nuestro gran aprendizaje es el de
reconocer, rememorar, y tomar conciencia de que siempre estamos vivos,
cualquiera sea la forma y función que cumplamos en un mundo.
Siempre estaremos vivos en materia
porque como espíritus nunca nos desprendemos de ella; la utilizamos como materia
prima, en todas nuestras obras creadoras desde el primer momento en nos
vestimos de nuestra alma.
Nunca nos desprendemos de la materia ya
que el alma, esencia de nuestros cuerpos, viaja eternamente con nosotros
y con ella nos llevamos lo sustancial de esos cuerpos. “El cuerpo es la
subconciencia del alma”.
Nos desprendemos de los cuerpos que hemos utilizado
para realizar nuestro aprendizaje y luego lo entregamos al natural fluir del
éter para que sigan su propio proceso evolutivo.
Todo lo que dejamos de utilizar en un
determinado momento se integra a la heredad común del espacio; esas energías serán
utilizadas por otras entidades de acuerdo a su grado de progreso y función, así
como nosotros utilizamos las sustancias que otros seres han aportado a ese espacio
universal, luego de haberlas enriquecido con su trabajo.
Nuestra respiración, en cada exhalación,
se desprende cotidianamente de átomos que son inhalados por otros seres que, a
su vez, exhalan los átomos que ya no utilizaran de momento.
De allí que en nuestros cuerpos y almas
conviven partículas de lo que fueron los cuerpos que pertenecieron a Jesús,
Sócrates, Herodes, Alejandro Borgia, Joaquín Trincado y demás seres con los que
compartimos ese ámbito unificado en el que todo se transforma formando una
entramado de afinidades.
¿Dónde
podemos darle cabida al concepto de muerte?
Al contrario, generamos nuevas formas de vida al unir nuestras almas cuando engendramos nuevos cuerpos; cuando respiramos e intercambiamos
partículas con quienes convivimos; cuando nuestros pensamientos llegan a nuestros semejantes por amor o desamor;
cuando nuestros sentimientos
expresan lo que siente el corazón y lo compartimos con otros seres que, a su
vez, nos manifiestan lo que ellos sienten
por nosotros; cuando nuestro obrar
permanente irradia el magnetismo espiritual como demostración de
identidad y nos caracteriza
como responsables de la energía que trasmitimos.
La vida está presente en todo, todo nos
conduce a la fraternidad y podemos decir que Todos los caminos conducen al AMOR.
Porque todo es amor y fraternidad,
el espíritu estudia y practica “en todo, por todo y con todo”, en la escuela
del universo.
Siempre estaremos “vivos” y siempre
seremos los únicos responsables de lo que pensamos, sentimos y hacemos,
cualquiera sea el estado en el que nos encontremos: atentos o distraídos, en
materia o en estado libre, con luz propia o en oscuridad.
Siempre nos encontraremos inmersos en el
eterno movimiento universal que es el fluir de la vida.
Nos
haremos concientes de nosotros mismos cuando percibamos todas las entidades corporizadas que creamos con nuestras palabras, miradas,
gestos, actitudes corporales, respiración y con nuestras obras tangibles y
mentales.
Esas vivencias, una vez analizadas,
pasarán a constituirse en experiencias de vida que eternamente se enriquecerán
con nuevos aprendizajes porque la
creación sigue y nunca se acaba.
¿Dónde detectamos
manifestaciones de muerte?
El gran aprendizaje, reitero, es trasmitir
este grado de conciencia a nuestra alma y a nuestro cuerpo para que la
“iluminación” espiritual nos permita vivir en trinidad en la cotidianeidad de
cada existencia.
“Nada se pierde, todo se transforma”.
No se pierde nada, ni la más tenue vibración magnética que hayamos irradiado,
pues todo queda gravado en los “archivos” de la creación.
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