martes, 13 de febrero de 2018

GRAN PRUEBA COMO APRENDIZAJE DE VIDA (primera parte)





 

     A los 72 años de mi presente existencia la sabiduría con que actúa el sincrodestino me ubicó en la circunstancia de hacer frente a un malestar en mi entidad humana que habitualmente se denomina cáncer.

     Por lógica deductiva arribé a la conclusión de que yo había concebido crear esta prueba para que mi alma y mi cuerpo se depuraran y, a su vez, me indujera a despertar de la zona de confort en la que me había instalado luego de haberme jubilado de mis actividades laborales.

     El sincrodestino es la conjunción armónica de todas las funciones que se les asigna a los espíritus humanos, naturales y elementales para que realicen su práctica en el taller del universo.

     Como lo sugiere el concepto, el sincrodestino crea las condiciones para que coincidan en el tiempo dos o más movimientos o fenómenos en nuestra cotidianidad. El destino o finalidad que tienen esos acontecimientos es el de influir en nuestras conciencias para convocarnos a prestarles atención.

   Todo lo que acontece en nuestra vida, nos agrade o no, está relacionado con las intenciones con que hemos impregnado cada una de las misiones que nos propusimos realizar en cada existencia.

     Esas intenciones atraen con su magnetismo a las coincidencias con que el universo responde a nuestro accionar. De allí que es nuestra intencionalidad la que le proporciona significado a esas coincidencias. Sin la manifestación de nuestra intención hasta el universo carece de significado.

     En varios momentos de mi vida había pensado: “Ahora que no voy a tener tareas laborales que realizar, ni nuevos bienes que adquirir ¿no será el tiempo en que me dedique más concientemente a conocer mi ser?”  

     Dicho de otro modo: si me imagino que he desencarnado y ya no tengo nada inminente que hacer ni tener, este tiene que ser el momento de profundizar el conocimiento del ser que soy.

     Agradezco al creador; al magnetismo espiritual que se genera como resultado del movimiento de todo el universo, que esta prueba que hasta hoy he podido enfrentar satisfactoriamente, la haya programado en esta tercera juventud en la que vivo disfrutando de mi estado de jubileo.

     Comenté en “Administradores de la heredadcomún” lo significativo que ha sido para mí poder acceder al aprendizaje que realicé al  abrevar parte del inmenso saber de los seres que aportan sus conocimientos en el  campo unificado de la conciencia universal.

    En ese artículo destaqué lo que expresa Joaquín Trincado Mateo en su libro “Conócete a ti mismo”:

”…porque el hombre vive siempre (antes de ser sabio) la vida de alguna especie animal de las que en sí lleva y aún no ha dominado (…) El hombre tiene que dominar todas las especies para poder vivir luego sus tres entidades en la vida del espíritu, que es cuando descubre su trinidad; y con cada individualidad, vive en la ley de amor o de sabiduría” (pág. 51, 3er. Párrafo, febrero de 1931).

     La citada reflexión da génesis en mi conciencia de este aserto: toda mi vida como espíritu he actuado en el grado correspondiente a un ser Dúo (cuerpo y alma), dominado por los instintos que todavía conducen mi conducta según sea el instinto de la especie animal que en cada existencia ha predominado.

     Por lo tanto, he actuado de acuerdo al ego que es el cuerpo magnético que he creado para poder conectarme con la densa frecuencia de los mundos por los que transité.

     Muchas veces he considerado como firmes convicciones, conductas que ahora detecto que estaban alimentadas por:
¨      reacciones a las críticas que recibía;
¨      mis inclinaciones a manifestar una actitud competitiva;
¨      la propensión a emitir juicios y producir desarmonía;
¨       preocuparme por no actuar con espontaneidad para no pagar el costo social de ser cuestionado como discordante o provocador.

     Ahora comprendo y asumo que no podía actuar de otro modo porque la pesadez de mi ego opaca fuertemente mi luz espiritual, ya que aún no logro manifestar mi trinidad conciente (cuerpo, alma y espíritu).

     Entonces aparece el sentido de culpa por esas actitudes que he asumido y que ahora, parafraseando a Joaquín Trincado cuando escribió “¡OH! feliz culpa”, las acepto como aprendizaje necesario dentro de mi proceso evolutivo.

     Al repasar muchos momentos de mi vida descubro como la luz espiritual que ha empezado a manifestarse en mí, me permite verme con otro rostro, otras debilidades, así como actitudes y aptitudes enriquecedoras.

     Esas cualidades que estoy descubriendo han sido determinantes para superar este malestar que fue la prueba que me llevó a vislumbrar que más allá de mi dualidad, ya reconocida, está encendida la luz que hoy me permite observar y descubrir la existencia de una nueva dimensión de vida.

Después de la vivencia…la experiencia.

     La vivencia puedo sintetizarla en pocas palabras: ¡lo que no he sabido aprender por amor lo estoy aprendiendo por dolor!  (En segunda parte)



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